TENER ESPERANZA EN TIEMPOS DIFÍCILES: SALVAR LA DEMOCRACIA Y EL FUTURO

Texto enviado por el “Capitán de Abril” Manuel Durán para ser leído en el acto “Militares demócratas contra la dictadura de Franco ¿50 años de libertad o de impunidad?” organizado por la AMMD, en Madrid, el viernes 13 de junio de 2025.
«Tener esperanza en tiempos difíciles no es un romanticismo loco. Se basa en el hecho de que la historia de la humanidad no está hecha solo de crueldad, sino también de compasión, sacrificio, coraje, afecto. En esa historia, lo que va a decidir nuestras vidas será aquello a lo que demos más importancia (…) y vivir ahora como pensamos que los seres humanos deben vivir, desafiando todo el mal a nuestro alrededor, ya es por sí solo una victoria maravillosa.»
(Howard Zinn, “Nadie es neutral en un tren en marcha”, 1994).
Portugal funcionó como un sistema político y cultural que los vecinos españoles compartieron a lo largo del proceso histórico. En este contexto relacional, la Revolución de Abril amplió las relaciones entre militares y civiles comprometidos en el proceso de democratización de las sociedades ibéricas. En Galicia, por ejemplo, la UPG –Unión do Povo Galego– contempló en su programa un vínculo federativo peninsular, ampliando sus acciones y relaciones en el campo cultural, a través de diversas actividades cinematográficas y musicales. En la «Carta de la UPG a Portugal» publicada en la revista «Galicia Emigrante», en mayo de 1974, la UPG, en su bienvenida a la Revolución de los Claveles, hizo hincapié en la unidad cultural para destacar la identidad de las luchas políticas presentes y futuras.
Al nivel de la prensa española, la formación del gobierno portugués, el inicio del proceso de descolonización y las tomas de posición de la izquierda revolucionaria merecieron una particular atención. Es importante también destacar que, después de la Revolución de Abril, las relaciones con los sectores políticos de la izquierda militar (antifranquista y demócrata) fueron reforzados con la izquierda revolucionaria portuguesa. De esta manera, el impacto de la Revolución de Abril se centró en el refuerzo y consolidación de redes de relaciones políticas y culturales, iniciadas antes de 1974, que aún hoy permanecen.
Hay una tendencia a pensar que el presente es inmutable, y a olvidarnos de cuántas veces, a lo largo de la historia, fuimos sorprendidos por el colapso de instituciones, por cambios extraordinarios en las mentalidades, por explosiones inesperadas de rebelión popular, por el colapso de regímenes políticos que parecían invencibles. Por eso, las cosas malas que hoy ocurren no son más que repeticiones (con otras formas) de cosas que siempre sucedieron, como las guerras, el racismo, el fanatismo religioso y nacionalista, los malos tratos infligidos a las mujeres, la desigualdad social, el hambre, etc.
El poder político -aunque sea un poder temible- como fueron la dictadura de Salazar (en Portugal) y la dictadura de Franco (en España), siempre es más frágil de lo que pensamos. Porque las personas comunes pueden ser intimidadas, pueden ser engañadas por algún tiempo, pero tarde o temprano encuentran una manera de desafiar al poder que les oprime.
«Donde hay poder, hay resistencia», escribió Michel Foucault. Y como sabemos, el cambio revolucionario que tuvo lugar el 25 de abril de 1974 en Portugal, y el proceso de transición democrática en España, no fueron cataclismos momentáneos, sino que fueron una sucesión interminable de luchas por sociedades más justas. Y conviene no olvidarnos de que se necesitaron muchas generaciones luchando, cientos de personas detenidas y torturadas, y muchos, muchos muertos, para conquistar la libertad de expresión y el derecho a votar libremente. Los sueños de Abril eran de paz, de prosperidad, de libertad entre los pueblos y de una ciudadanía participativa sin fronteras.
Sin embargo, desde hace décadas vivimos en un sistema capitalista en el que la mayoría de las decisiones económicas están fuera de la esfera política. Noam Chomsky explica bien esta realidad, al afirmar que «en cualquier sociedad de mercado, el poder político se deriva del poder económico, y el poder económico está en manos de los propietarios del capital». De esto resulta que la política está dominada por los «dueños del capital», y que estos utilizan sus recursos para adaptar el proceso político a sus propios intereses y fines. Esos propósitos se remontan al inicio del capitalismo del siglo XIX, y se basan en una máxima de Adam Smith: «¡Todo para nosotros y nada para los otros!».
Esta «máxima vil» constituye el ancla de cualquier análisis que podamos hacer de la sociedad actual, en la que la gente protesta contra un sistema capitalista que favorece a “los dueños del capital“, pero falla el tiro cuando culpa a inmigrantes, gitanos, negros o a las comunidades más desfavorecidas. En Portugal y España, tenemos partidos de extrema derecha con representación parlamentaria que defienden proyectos políticos contrarios al proceso de democratización y desarrollo que todos deseamos. Esto no significa que sus votantes sean todos neofascistas, pero en el caso portugués, muchas de las promesas de nuestra Revolución de Abril no se cumplieron, y la «democracia filofascista» que la sucedió, a partir de noviembre de 1975, fue incapaz de satisfacer las expectativas de la mayoría de portugueses y portuguesas.
Si queremos salvar la democracia, no podemos dejar de luchar, porque necesitamos urgentemente crear un sistema más justo e igualitario que responda a las necesidades de la población.
Lo que aún hoy me anima es justamente esa posibilidad de cambio, a pesar del racismo, de la xenofobia, de la discriminación sexual, de la pobreza, de la violencia y de las crisis económicas que envenenan nuestras sociedades.
La visión de Karl Marx de que las crisis son endémicas del capitalismo y que se han extendido por todo el mundo muestra que la capacidad de la economía de mercado para regularse y producir resultados sociales eficientes es un mito. La dinámica interna del capitalismo continuará generando crisis, aumentando la pobreza, la agitación social y las migraciones en masa. Con la Inteligencia Artificial (IA) y las últimas tecnologías de seguridad, los nuevos “señores dueños del mundo” pueden sustituir la verdad de los hechos por falsedades y comprometer el futuro de la democracia. Pero si solo vemos lo peor de todo esto, perdemos la perspectiva histórica. Y es como si viésemos el mundo a través de las historias deprimentes del telediario. Los honorables militares, capitanes de Abril, y los miles de ciudadanos demócratas portugueses nunca escondieron sus opciones políticas: el odio a la guerra y al militarismo, su furia ante la desigualdad social, la creencia en una sociedad más libre, más igualitaria, fraterna y solidaria, con una distribución más justa de la riqueza. Siempre hemos manifestado claramente nuestro horror ante cualquier tipo de intimidación, sea de países poderosos a países más débiles, de gobiernos a ciudadanos, de empleadores a empleados, o de cualquier persona, de izquierdas o de derechas, que crea tener el monopolio de la verdad.
A este sentido de estar en el mundo se le une nuestro deseo de que la educación no pueda ser neutral, ni servir como una vía para que la nueva generación encuentre un «lugar privilegiado al sol» en el sistema vigente, sin cuestionarlo. El futuro no debe pasar por creer en una modificación del sistema capitalista para hacerlo más estable y eficiente, sino en un sistema diferente, capaz de permitir que, al menos una parte significativa de los seres humanos viva en paz consigo mismos y con la naturaleza.
Estoy seguro de que todos los presentes en este evento no han dejado de creer en el futuro de la democracia ni han perdido la esperanza en la humanidad. Porque estas fueron sus luchas y sus victorias en los cambios político-sociales ocurridos a lo largo de las últimas cinco décadas en Portugal y España.
Por eso, debemos combatir el pesimismo como una profecía autocumplida que mutila nuestra voluntad de actuar en el mundo en que vivimos. Además, tenemos la obligación histórica de defender los valores y derechos fundamentales que conquistamos.
Recuerdo las notables transformaciones ocurridas en pocas décadas, los avances en ciencia y tecnología, las conquistas de los derechos de los trabajadores, el derecho a la educación y a la salud, la conciencia de la gente común contra el racismo, la emancipación de las mujeres, el derecho al aborto y a la autodeterminación de la identidad de género, el creciente escepticismo sobre las intervenciones militares, un escepticismo de largo plazo que aún sobrevive, a pesar de todas las guerras y todos los conflictos mundiales.
Las guerras siempre invocan motivos nobles, ya sea en nombre de la paz, de Dios, de la civilización, del progreso o de la democracia, y si por caso ninguna de esas mentiras fuera suficiente, los medios de comunicación de masas están dispuestos a inventar nuevos enemigos imaginarios, «para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero», como afirmó Eduardo Galeano. Todo esto porque las armas requieren guerras y las guerras requieren armas; y los países que dominan las Naciones Unidas, con poder de veto, son también los principales productores de armas.
¿Hasta cuándo? Debemos preguntarnos. ¿Hasta cuándo la paz mundial permanecerá en las manos de los negociantes de la guerra? ¿Y hasta cuándo vamos a creer que el exterminio mutuo es nuestro destino? ¿El destino de la humanidad?.
Las personas no son intrínsecamente violentas, crueles o avariciosas; aunque puedan ser llevadas a serlo. En el fondo, los seres humanos desean y quieren las mismas cosas: ansían la paz y condiciones de vida justas, la amistad y el afecto, más allá de las diferencias culturales. Y lo que realmente importa es continuar combatiendo la indiferencia y el conformismo, defender la verdad histórica, cuestionar el discurso hegemónico que nos conduce a ser receptores pasivos e impotentes, y no perder la esperanza en el futuro de la democracia. Tenemos que creer que: «nada es imposible de cambiar», como escribió Bertolt Brecht:
«Desconfiad de lo más trivial, en apariencia simple. Y examinad, sobre todo, lo que parece habitual. Suplicamos expresamente: no aceptéis lo que es habitual como algo natural; pues en tiempos de desorden sangriento, de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar.»
¡Gracias!
Manuel Durán Clemente
Coronel retirado/ Capitán de Abril 74 (mayo 2025)
Referencias:
El Correo Gallego: Manuel Durán Clemente: el capitán de abril de origen gallego que moldeó la Revolución de los Claveles
AMMD: Vídeo de la mesa redonda “Militares demócratas contra la dictadura de Franco ¿50 años de libertad o de impunidad?”
La imagen es de una Manifestación del “25 de Abril” en 1983 en la ciudad de Porto, pertenece a I, Henrique Matos y se publica bajo licencia CC BY-SA 3.0, vía Wikimedia Commons.